Raquel sentía su cuerpo como hilacho. Casi había perdido las fuerzas. Las piernas se le doblaban. No lograba sostenerse por sí misma. Estaba semiconsciente y como autómata respondía a todo lo que le cuestionaban.
En los asientos de atrás, Raquel iba en medio de los tipejos que la subieron al automóvil en contra su voluntad. Aletargada por la sustancia que ella sentía que le untaban en brazos y palmas de las manos, les contaba su vida. Trataba de resistirse, porque aún en su estado de modorra sabía del peligro en el que se encontraba, pero las palabras fluían como agua.
Sin poder controlar su voluntad, además de darles la dirección del departamento donde vive sola, les dio el NIP (Número de Identidad Personal) de su tarjeta de débito y de las de crédito.
En el trayecto a los cajeros automáticos para disponer de efectivo, no hubo golpes, no hubo malas palabras, no hubo maltrato psicológico; no hubo necesidad, pues cuando Raquel medio comenzaba a recuperar la lucidez y las fuerzas, los dos sujetos volvían a untarle aquella sustancia.
En compañía de las cuatro personas extrañas: tres hombres y una mujer anciana, Raquel llegó a su domicilio. Para no levantar sospechas, sólo los dos tipos que iban atrás del auto con ella, bajaron del carro y al subir al departamento, la abrazaron para simular que eran “amigos”…
Eran las siete de la noche cuando el portero del edificio donde vive Raquel, extrañado por la “compañía” con la que llegó a las diez de la mañana y que además no la volvió a ver en el transcurso del día, se atrevió a tocar la puerta del departamento.
Como no hubo respuesta tocó y volvió a tocar más fuerte hasta que Raquel le abrió.
Somnolienta, trastabillando y con exiguas fuerzas apenas si logró despertar y levantarse para abrir. Cuando pudo hacerlo fue un shock, en ese momento volvió a su realidad.
De inmediato recordó y revisó su cuerpo, ella estaba bien, no había sido agredida sexualmente, solo la casa estaba hecha un caos. Los cajones donde guardaba algunas joyas, sus ahorros y documentos importantes estaban forzados y ya nada había.
Se echó a llorar, un llanto que duró horas.
Entre lágrimas y lamentos recordó que como todos sus días laborales, había salido del hospital a las ocho de la mañana camino a la estación del Metro Zapata, al llegar a la calle de San Lorenzo en la colonia Del Valle, una viejita se le acercó para preguntarle cómo llegaba a tal dirección.
Raquel, como enfermera y amable que es, se paró unos minutos para auxiliar a la “indefensa” anciana. Cuando ella le explicaba cómo llegar a esa calle, vio a dos hombres que bajaron de un carro y se acercaron a ellas.
Sin entender en qué momento ocurrió todo, en qué momento la subieron, ella de pronto se vio dentro del carro con los dos sujetos a su lado untándole en brazos y palmas de las manos, una sustancia que la hacía sentirse aletargada, sin fuerzas y sin voluntad.
Al ver a la “indefensa” viejita en el asiento de adelante, entendió todo, la “desvalida” anciana había sido el gancho para mantenerla ocupada y posteriormente, los dos sujetos sorprenderla y secuestrarla por unas horas para robarla.
Raquel no supo realmente que sustancia le pusieron para mantenerla “consciente”, pero sin voluntad. Alguien le comentó que a lo mejor fue “suero de la verdad”…
Historias Comunes se dio a la tarea de investigar sobre esta sustancia:
De acuerdo a la Enciclopedia Libre Wikipedia: “El tiopentato de sodio es una droga derivada del ácido barbitúrico, más conocida por el nombre de pentotal sódico, amital sódico o trapanal. Está clasificado como barbitúrico de acción ultracorta porque el efecto hipnótico en pequeñas dosis del fármaco desaparece en pocos minutos.
El pentotal ha sido utilizado en psiquiatría porque parecía mejorar la fluidez de respuesta en la relación con el paciente. Este es el uso que ha dado fama a este fármaco, y por lo que se le conoce como suero de la verdad. Teniendo en cuenta que como agente hipnótico, con una dosis controlada, su actuación en el cerebro humano produce depresión de las funciones corticales superiores, se pensó que podría resultar de utilidad en interrogatorios. Se considera que la mentira es una elaboración compleja, consciente, mucho más complicada que la verdad, así que, si se deteriora la actividad superior cortical, al sujeto le resultará mucho más complicado mantener su voluntad y la “verdad” fluiría en su conversación con mayor facilidad. Eso es, al menos, la teoría, puesta en práctica durante decenios por los servicios de espionaje de muchos países. Hasta cierto punto, la idea es correcta, pero no garantiza, ni mucho menos, que el sujeto vaya a contar lo que se espera, puesto que hay muchos factores que pueden modificar el experimento, desde un entrenamiento especial hasta condiciones ambientales o, simplemente, una asunción de la mentira como verdad por parte del sujeto”.
Otras fuentes de información señalan que el suero de la verdad es una sustancia psicotrópica, administrada vía intravenosa que se cree que se utilizaba para obtener declaraciones de prisioneros de guerra. En los años 1940 y 1950, se dice que se usó clínicamente en el tratamiento de enfermedades de tipo mental.
Productos como esas sustancias inyectadas en dosis correctas permiten que disminuyan las defensas del yo, lo que lleva a un acercamiento con el individuo. La medicación provoca un estado de ensueño, generando una mayor fluidez de la corriente imaginaria, un tipo de “ensueño dirigido”.
Pero debido a que el uso de sustancias con esos fines constituye un atentado a la integridad psíquica y la priva del control de su libre voluntad, hace muchos años que fueron desechadas como método en el tratamiento de padecimientos mentales.
Con certeza no se puede afirmar que haya sido o no suero de la verdad lo que le administraron.
Sin el afán de crear pánico, lanzamos un llamado de alerta para que extremen sus precauciones las personas que transiten por esa zona, pues hemos recibimos noticias de que hay más casos como el de Raquel, con el mismo modus operandi.
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