Desde muy chica, mi madre siempre me ha llevado a visitar a mi tío. Él y su esposa tienen una nena que cumplió recientemente cuatro años. Ella suele tener una imaginación bastante activa, y cada vez que la veo me narra historias muy fantasiosas que según ella le ocurren. A pesar de no creerle, le sonrío y reacciono a lo que me cuenta.
Como me gusta estar con ellos, siempre me he dedicado a visitarlos de vez en cuando por varios días, y ahora que mi primita estaba más grande, pensé que sería una grandiosa idea para compartir más con ella. Tomé la decisión de dormir un fin de semana en casa de mi tío, pero esta vez no sería como el resto de las oportunidades en las que he ido.
Con ellos vivía el abuelo de mi primita, quien había fallecido tan solo unos meses atrás. Él había padecido cáncer y lamentablemente la enfermedad acabó con su vida. La nena y el solían ser muy unidos, ya que él la cuidaba mientras sus padres trabajaban, así que compartían mucho tiempo juntos y le encantaba consentirla y complacerla. Puede decirse que eran como dos cómplices. A pesar de su muerte, mi primita lo tomó como que si nunca se hubiese ido de su vida.
Cuando llegué el viernes a la casa, al entrar sentí un gran escalofrío, pero como esos días el clima estaba lluvioso, no le di importancia. Jugué todo el día con la niña y nos divertimos muchísimo. Al llegar la noche, nos preparamos para ir a la cama, le leí una historia de cuentos de hadas, y cuando la iba a arropar, me detuvo y dijo que su abuelo lo haría. Noté su respuesta extraña pero decidí dejarlo así. Rato después, todo quedó a oscuras y el viento empezó a batir las ventanas. Eso me asustó pero nada comparado con el momento en que la sábana de mi prima empezó a moverse y la cubrió toda. Eso me paralizó y no me dejó dormir en toda la noche.
Al otro día, mi primita se me acercó y me dijo “¿viste que mi abuelito vino a arroparme?” Ahora me da miedo volver a esa casa.
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