Mi hija estando pequeña tenía lo que comúnmente se llama un amigo imaginario llamado “Yim”, así lo llamaba. A veces la escuchaba riéndose sola, nunca descubrí que era lo que le causaba tanta gracia, y cuando recogía los juguetes decía.

_Ya no queremos jugar Yim y yo mamá.
_Ah que bien, ¿por eso estás guardando todo?
_Si estamos aburridos.

Me hacia gracia sus conversaciones, siempre hablaba de él, que hacia tal o cual o tal cosa, que le enseñaba juegos. Le encantaba su amiguito “Yim” que yo jamás podía ver ni escuchar, y en fin no le prestaba mucha atención. Un día de tantos que solía jugar sola le pregunté curiosa.
_¿A ver, cómo es ese amiguito?
_Es pequeño como yo y tiene pantalones cortos.
_¿Ah sí?
_Si mamí, está a tu lado.

Aquello lo encontré extraño pues me daba descripciones físicas y lo que le gustaba a su amiguito, pero al mudarnos de esa casa jamás la volví a escuchar hablando de su amigo imaginario Yim”.

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Este relato que le puede suceder a cualquier madre deja cifrada varias interrogantes: ¿Cómo logró desvincularse de su amigo si era imaginario? ¿Será que ese niño llamado “Yim” no era tan imaginario y pertenecía a la casa?, ¿o era el espíritu de algún niño que vivía allí y murió en extrañas circunstancias o simplemente estaba aferrado a ella? Tal vez era un duende de esos comunes que se encariñan con los niños por su gran sensibilidad y energía, no obstante eso nunca lo sabremos pues era muy pequeña para acordarse.