Se calcula que sólo durante el siglo XVII más de cien mil brujas fueron acusadas y sistemáticamente torturadas y quemadas o colgadas en este país. Sin embargo. hoy puede decirse que esta matanza general no destruyó la brujería.

Esta se practicaba y se practica más o menos disimuladamente, transmitiéndose las creencias y los ritos de generación en generación.

En algún periódico aún puede leerse, de vez en cuando, el caso de una mujer solitaria que motejada de bruja por sus vecinos, es boicoteada y amenazada al punto de verse obligada a pedir protección a los tribunales de justicia.

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Johann Kruse, catedrático experto en brujería y en tarot, ha realizado estudios sobre el tema durante más de cuarenta años. Sus conclusiones las volcó en un trabajo que fue presentado a las Naciones Unidas y que adquirió amplia difusión. En él compara a la Alemania actual con las épocas más oscuras y tenebrosas de la Edad Media y asegura que «casi todas las poblaciones tienen su bruja y casi cada aldea su servidor del diablo». Y, en efecto, hay hoy en día gran número de brujos, ocultistas y adivinos.

Lo cierto es que hoy la brujería se halla muy extendida en este país, tanto en la ciudad como en el campo. Sus prácticas, que sobrevivieron en secreto, vuelven a florecer en los tiempos contemporáneos y la fórmula actual no sólo es violencia, crueldad e intimidación, sino que existe otra rama muy extendida como es la de la brujería «Wicca», especie de religión de alegría, amor y magia positiva

Espantado por la multiplicación de los procesos, advierte que «si no se pone reparo a este asunto, las llamas de las hogueras no se extinguirán hasta que la población del país quede exterminada».

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Estas y otras voces que se alzaban con indignación contra la histérica cacería, abrirían el camino a una reacción que con el tiempo ganó adeptos entre juristas y teólogos y que a fines del siglo XVII y principios del XVIII pugnaba por el cese de los procesos.