Hace mucho tiempo, una pareja feliz decidió casarse y tener muchos hijos. Le costó tener familia, razón por la cual la esposa sufría depresiones constantes.
Decidieron llevar a cabo varios tratamientos, y cuando por fin parecía que todo era en vano, ella quedó embarazada.
Tal fue la alegría de aquella pareja, que hasta hicieron una pequeña “fiesta” con sus familiares más allegados, porque ¡esperaban mellizas!
Cuando nacieron, la pareja no podía estar más feliz. Dos hermosas criaturas de cabello oscuro y ojos azules, eran el encanto de esa familia. Los ojos lo heredaron de su padre, y el cabello negro, de su mamá.
Pasaron los años, y obviamente, por ser mellizas las criaturas eran casi dos gotas de agua, pero solamente en lo físico, pues en el carácter no podían ser más distintas.
Sofía y Amalia. Esos fueron los nombres que les pusieron. Sofía se caracterizaba por tener una alegría que era contagiosa. No había día que no provocara una sonrisa en quien estuviera en casa. Y Amalia, era sin llegar a ser antipática, tímida por demás. Callada. Encerrada en sí misma.
Cuando ya tenían catorce años, sus diferencias eran más que obvias. No se llevaban nada bien a diferencia de lo que aparentaban.
Un día, sus padres las dejaron solas. Confiaban plenamente en las dos, aunque especialmente en la responsabilidad que –además de su alegría- caracterizaba a Sofía. Se fueron tranquilos a hacer dos visitas a parientes que los esperaban hacía tiempo.
Cuando volvieron escucharon cantar muy fuerte, casi desde el portón se oía: “La, la, la, la, ahora quieren a Amalia, la, la, la , la no hay más Sofía”. Sus padres entraron alegres, viendo que sus dos hermanas habían mejorado la manera en que se llevaban. Pensaron que el canto de Amalia, de alguna manera demostraba que si se quedaban solas lograrían llevarse bien y no pelear.
“¿Dónde está tu hermana Amalia?”
“ja, ja, ja, Sofía no está más”
La mirada perdida de Amalia hizo que su madre cambiara el tono y algo le anunció en su alma que Sofía no estaba bien.
“Te pregunté dónde está tu hermana” “¿Me oíste”?
“La, la, la, Sofía no está más contenta”…
La madre corrió desesperada al cuarto de su otra hija, y cuando abrió la puerta, encontró el piso lleno de sangre. Casi se le paró el corazón, pero el escenario que le provocó el paro cardíaco fue al levantar la sábana… Allí yacía el cuerpo de Sofía descuartizado, con un cartel, escrito con su sangre que decía: “yo soy la más alegre, no tú”.
Al poco tiempo su padre también falleció y dicen que desde lejos, al pasar por los alrededores de esa casa, aún se oye el canto de una niña que canta “la, la, la, aquí vive la niña más simpática de dos hermanas igualitas”.
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