Matías fue a la casa de su tía y lo que vio lo dejó estupefacto. El cuerpo de su tía yacía en el suelo en medio de un charco de sangre, aún el cuchillo estaba clavado en su vientre y el calor del líquido se podía sentir. Recién la habían asesinado.

Se arrodilló y gritó de la impresión, de rabia y de dolor. ¡Cuánto lo había mimado en vida su tía Beatriz!
Cuando estaba junto al cadáver, aún gritando de tristeza, ingresó un hombre.
-“No llores más, ella estará bien” –dijo-
Matías no daba crédito a lo que escuchaba y le contestó: -¡pero no ves que está muerta! ¿Cómo que estará bien?
El hombre, cuya cara vio tantas veces, y al que tanto temió, lo quiso asesinar con un cuchillo allí mismo. Se percató a tiempo, y corrió con todas sus fuerzas, tembloroso de miedo. No pudo pedir auxilio porque del miedo que tenía, se quedó sin voz.
Se dirigió hasta su casa y se ocultó debajo de la cama, creyendo que estaría a salvo. En un minuto se acordó de todo lo que pasó, desde el principio de la historia.

Se acordó de cuando lo había conocido. Martín, se había acercado a su madre, insistentemente, hasta conquistarla. Su madre se casó con él, y al principio de la relación todo parecía normal. El se mostraba un hombre calmo, trabajador, honesto, y hasta parecía querer mucho a Matías. Hasta que un día, mostró en realidad quién era…

Un jueves, luego de su labor diaria llegó a su casa borracho. Su madre lo notó extraño, y cuando le hizo el reclamo que toda esposa hace cuando viene un marido en esas condiciones, la golpeó hasta dejarla tirada en el piso. También lo había golpeado a él, y como nadie lo denunció, esa escena se fue repitiendo una y otra vez.

La cosa no quedó en golpes, y comenzó a matar. Sentía verdadero placer en hacer sufrir a la gente.
Hacía dos años, cuando Matías jugaba con su amigo Kevin, su padrastro gritó: “Kevin, tengo un regalo para ti”. Desde ese día, nunca más Matías vio a su amigo. Hasta que lo encontró descuartizado por Martín. Todo quedó en la nada, nunca recibió castigo alguno, ni denuncia, ni pena… Nada. Del miedo que inspiraba tanto su madre comó Matías soportaban de Martín todo tipo de humillaciones.

Matías continuaba recordando todas las escenas horribles vividas desde que este hombre pertenecía a su familia, y en ese momento, tomó el lápiz de su mesa de luz, le sacó punta con el sacapuntas que tenía en su cartuchera y lo esperó detrás de la puerta.

Martín abrió la puerta del cuarto, y en ese momento Matías le clavó el lápiz en los ojos, antes que Martín pudiera dañarlo.

Cuando llegó su madre, lo encontró muerto en el suelo, y a su hijo en un estado de crisis nerviosa. Aún con el lápiz bañado en sangre en sus manos… pero sin una lágrima en los ojos, y con la misma mirada que tenía su difunto esposo.

 

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