La desesperación, y la tristeza profunda hoy se apoderaban de él. Algo que hacía todos los días para llevar el sustento a su familia, en este día se convertía en la tarea más difícil de llevar a cabo. Hoy sería a su esposa a quien el sepulturero debería enterrar.

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Como si fuera ácido, tragaba sus lágrimas y su saliva. Había dejado a su pequeña hijita en casa de un primo, para que la cuidara, mientras se llevaba a cabo el entierro.

Su joven mujer, víctima de una larga enfermedad, ya no soportaba más los dolores y de alguna manera se lo había dicho antes de morir. Deseaba e imploraba que llegara cuanto antes ese momento. No aguantaba más tanto sufrimiento.

Antes de morir le pidió que cuidara muy bien de su hijita, y dijo que confiaba en él. Que le agradecía lo feliz que la había hecho en todo este tiempo que estuvieron juntos. Que había sido un excelente compañero de vida, que no llorara cuando llegara el momento.

Esas palabras le daban vueltas y vueltas en su cabeza, mientras casi todo el barrio lo acompañaba entre lágrimas y sollozos en el cementerio. Abrazos, suspiros, palmadas en la espalda …”fuerza amigo”, “arriba vecino”… le decían todos…

Roberto regresó a su casa y todos los vecinos lo acompañaron. Esta parecía helada sin la presencia de su mujer, alguien tan querida por todo el vecindario. Joven, linda y buena, eran los adjetivos que todos empleaban para referirse a la difunta. Cuando Roberto quedó solo con Eloísa, su pequeña hija, ya contaba con la seguridad de que sus vecinos lo ayudarían turnándose para cuidarla, y así él podría seguir cumpliendo con sus tareas.

Al principio todo iba transcurriendo de la mejor manera posible, pero poco a poco la pequeña Eloísa ya no se sentía bien en casa de los vecinos, y quería quedarse sola en su casa. Roberto tuvo que solicitar un permiso especial para que le concedieran acceso para instalarse en las oficinas del panteón, y así tener a su hija cerca.

Es así que, mientras él llevaba a cabo sus tareas de sepulturero, Eloísa se entretenía jugando entre los panteones. Cuando terminaba su horario antes de regresar a casa, Roberto siempre visitaba la tumba de su esposa, le hablaba y rezaba, y le decía con un beso muy tierno a su pequeña hija que su mami le enviaba un beso desde el cielo.

Un día Roberto recibió la orden de preparar un entierro para la primera hora de la mañana  siguiente, por lo que ese día, no estuvo tanto tiempo rezando en la tumba de su esposa. Cuando llegó a su casa a preparar la cruz para el entierro que llevaría a cabo al día siguiente, se percató que Eloísa no le contestaba…

Agotadísimo de tanto trabajar, pensó que quizá sin decirle nada, regresó al cementerio a jugar entre los panteones… Y de repente una horrible idea se apoderó de él: “quizá se cayó en alguna tumba en ruinas” pensó, y salió tan rápido como pudo hacia el cementerio que quedaba a pocas cuadras de su casa…

Cuando llegó,  recorrió el cementerio de punta a punta, todos los rincones posibles, teniendo la ventaja de conocer cada lugar donde Eloísa pudiera estar escondida, o donde se hubiera podido caer.

Cuando la desesperación casi se había apoderado de él, escuchó la carcajada de Eloísa,  gritó “gracias Dios”, por haberla hallado. Corrió al lugar de donde venían las carcajadas y la abrazó tan fuerte como pudo. De inmediato la rezongó también por su travesura, que tan nervioso lo dejó.

Una tarde el cielo se nubló de tal manera que era evidente que pronto caería una tormenta eléctrica, por lo que el sepulturero se apresuró para llegar a su casa.

Cuando se dirigió a darle el beso diario a su pequeña hija, y desearle buenas noches, se encontró con algo que lo paralizó: la cama de Eloísa estaba vacía. Salió corriendo hacia el cementerio, donde la había encontrado la vez anterior, cuando se escapó, y la encontró. Allí estaba Eloísa… pero parecía estar hablando con otros niños.

Rodolfo no daba crédito a lo que oía. Se sintió desfallecer cuando él mismo escuchaba risas, voces de niños en pleno cementerio y se apuró para sacar a su pequeña hija de ese lugar, donde evidentemente había seres de ultratumba, -pensó-; puesto que en el cementerio no es un lugar donde se encuentren niños, y menos que menos en ese día tan negro.

Cuando estuvo a unos pasos de su hija, sintió que un viento fortísimo lo abrazó al punto de paralizarlo y hacerlo caer de rodillas… No podía creerlo. ¿Qué era esto? Asimismo el cielo cada vez estaba más negro y el pobre Rodolfo no podía moverse para rescatar a su hija de estos seres siniestros.

Cuando estuvo a punto de desmayarse, sintió una brisa suave y cálida, que le abrazó. Metió su mano -que al fin logró mover- en su bolsillo, y se percató que su pequeña Biblia despedía una energía extraña. Era como si el pequeño libro sagrado estuviera vivo…Sin pensarlo, tomó la Biblia con las dos manos y la puso frente a los seres de ultratumba que seguían rodeando a su pequeña hija.

La sola presencia del sagrado libro, hizo que estos seres extraños retrocedieran hacia los fuertes vientos. Rodolfo comenzó a rezar en voz muy alta, y a medida que las plegarias se elevaban al cielo, las sombras del mal retrocedían haciéndose notar con gritos de extremado dolor, aullando y diciendo maldiciones. Era el mismo diablo personificado en estos seres…

Los rezos de Roberto eran tan poderosos y con tanta fe, que en un momento cubrió con sus plegarias todo el cementerio, en ese momento fue cuando aprovechó para liberar a su pequeña hija, y la abrazó lo más fuerte que pudo y corrió con todas sus fuerzas hacia la puerta del campo sagrado, mientras las voces de los seres nefastos poco a poco iban desapareciendo, hasta volverse nuevamente el cementerio en un lugar silencioso.

Rodolfo y su pequeña hijita se fueron del pueblo. Ningún vecino supo dónde fueron, pero dicen que viven cerca del panteón y que desde ese día, se escuchan gritos de niños buscando a la hija del sepulturero, que en una noche de tormenta, quisieron llevársela al infierno y aún no pudieron.