Mamá había salido temprano de casa, como todos los días a hacer compras. Justo desperté cuando mi celular sonó y otra vez había tenido esa maldita pesadilla.
Cuando atendí, mamá me preguntaba si no me importaba que se quedara a comer en la casa de una amiga de la infancia, que se encontró en el camino mientras hacía sus compras. Mi respuesta fue rotunda: -¡en absoluto me molesta mamá! En realidad, me venía bárbaro porque ese día, especialmente yo necesitaba algo de paz y tranquilidad y quería quedarme sola.
Decidí salir a caminar. Cuando di vueltas durante casi una hora y media, se despertó mi apetito, y paré en un local de comida rápida. Almorcé dos panchos con un refresco y tomé un helado.
Después de mi pequeño almuerzo, llamé a mamá y aún no había regresado a casa, así que fui al parque. Me senté cerca de una fuente hermosa que siempre está rodeada de flores frescas, y que es un placer el cuidado que tiene. Saqué un libro de mi mochila, leí un rato, y me quedé dormida en el césped que rodea la preciosa plaza.
Otra vez volví a tener la pesadilla que tuve esa mañana. La misma que he tenido durante años desde que papá se fue de casa. Sonó el teléfono celular, y era mamá para avisarme que ya había regresado a casa.
Al llegar a casa llamó Marianela mi mejor amiga, para ajustar detalles del viaje que haríamos en dos días a visitar a su abuela, que vivía en un pueblo que tenía fama de ser muy bonito, y nos invitó a todas sus mejores amigas.
Cuando llegó el día del viaje, mamá me llevó en el auto hasta el parque donde nos reuniríamos con todas mis amigas, y nos volvió a repetir que nos comunicáramos apenas llegáramos.
Cuando por fin llegamos estaban todas las amigas que íbamos a ese paseo: Carmen, Laura, Ana, y esperamos unos quince minutos y llegaron Marianela y su mamá.
Cuando llegamos a la ciudad, decidimos ir al cine, luego comimos hamburguesas, tomamos helado, para luego ir a visitar a su abuela. Marianela llamó a su mamá para avisarle que aún quedaban tres horas para llegar al pueblo donde vivía su abuela.
Seguimos caminando un poco más, ya que la ciudad también era muy bonita, y tenía varios parques de diversiones, y entre paseo y paseo, se nos pasó la hora. Cayó la noche y nos encontramos en un lugar que nos dimos cuenta ya no era la ciudad donde estábamos al principio. ¡Nos habíamos perdido!
Esto era un pueblo cuyas casas parecían muy viejas, y algunas tenían el aspecto de que irían a derrumbarse en cualquier momento…
Sentimos miedo. Estábamos caminando más que en una calle, en un camino de tierra, que al final parecía conducir a un bosque. Todas mis amigas y yo intentamos comunicarnos por medio de nuestro celular para cada una llamar a su madre, y contarle el miedo que sentíamos y lo que nos había pasado. Lo único que sabíamos por un cartel deprimente que había semi colgado, con clavos herrumbrados, es que la calle se llamaba California.
Ninguna pudo comunicarse con su madre. Los celulares no tenían señales y decidimos apurar el paso hacia una casa que parecía tener una luz. Pudimos divisar la silueta de una mujer un poco entrada en años, y corrimos hacia ella.
La mujer nos miró y dejó salir una sonrisa de su rostro. Marianela le contó que estábamos perdidas y desesperadas, y le preguntó si tenía teléfono, a lo que la mujer dijo que sí. Nos invitó a pasar y al entrar pudimos notar que su casa estaba ordenada. Tenía muchos libros, flores, plantas y hasta animales embalsamados. Todo esto le daba un aspecto bastante tenebroso a su casa.
Nos guió por un pasillo muy oscuro que parecía no acabar más, hasta que llegamos a una habitación bastante oscura, donde había dos sillones, una mesita pequeña –donde se encontraba el teléfono- , y notamos que en un sillón, había una chica rubia y un muchacho pelirrojo en el otro… Ambos nos dirigieron una mirada muy triste, mientras la señora nos dijo que usáramos “tranquilos” el teléfono, que ella tenía que hacer “un par de cosas” y se fue cerrando la puerta cuando se fue.
Cuando nos pusimos a observar más detenidamente la habitación, nos dimos cuenta que allí no había ventanas. Marianela marcó el número para llamar a su mamá dos veces, pero se dio cuenta que el teléfono no tenía tono…
Esa era la única esperanza que teníamos y ahora resultaba que el teléfono no funcionaba. Ana daba vueltas y vueltas por la habitación de la cual no podíamos salir, pues la señora nos había encerrado, y encontró el cable del teléfono cortado. En eser momento oímos el sonido del pestillo y por allí apareció otra mujer, con una mirada impregnada de odio que es muy difícil de transmitir, casi inexplicable. Su sonrisa era macabra y nos miraba fijamente, nos contó darnos cuenta que esta mujer, era la casi anciana que nos había invitado a pasar, y que nos ofreció tan amablemente el teléfono.
Cuando vimos su aspecto siniestro todas nos dimos cuenta que estábamos en serios problemas.
La mujer comenzó a reír a carcajadas al ver en la mano de mi Ana el cable roto, y gritaba: -“así que ya se dieron cuenta que el teléfono no existe”….
“¡Infelices!”
– El teléfono sólo sirve para atrapar a personas ingenuas como ustedes, dijo bajo una sonrisa terrorífica.
– Ninguna persona que entró en esta casa salió con vida-, dijo la mujer, sin dejar de reír en ningún momento.
Se acercó a Ana que aún tenía el cable del teléfono en la mano, y por más que todas intentamos que la suelten, la mujer se la llevó, y cerró con llave la puerta otra vez.
Unos minutos más tarde, oímos un ruido desgarrador, entre lágrimas todas comprendimos que no veríamos más a Ana…
La fuerza de esa mujer era sobrehumana.
Al rato, se abrió la puerta, pero esta vez era la anciana que tan amablemente nos había ofrecido el teléfono. Tenía la ropa sucia de tierra, su cabello estaba despeinado, y nos miraba muy detenidamente a cada una, tal como si estuviera eligiendo un postre…
Se adelantó unos pasos y tomó del brazo a Laura, que era la que más lloraba de todas, y del miedo ésta se desmayó. Otra vez hicimos el intento de evita que se la llevara, pero fue en vano, la anciana tenía una fuerza increíble. La anciana cargó en su espalda a Laura, cerró la puerta y se fue.
Marianela y yo nos mirábamos desconsoladamente pensando en algo que pudiera salvaron, y se nos ocurrió un plan:
Cuando escuchamos unos pasos, Marianela tomó el teléfono que era muy antiguo y también pesado, y apenas ingresó en la habitación la anciana, la golpeó con todas sus fuerzas. Sentimos que la muchacha y el joven que habíamos visto, venían corriendo hacia nosotros al sentir el grito desgarrador de la anciana.
Nosotras corrimos de esa habitación con todas nuestras fuerzas, pasamos el pasillo oscuro, y sentimos unos pasos detrás de nosotras: era la chica rubia que nos estaba siguiendo. Llegamos a la puerta que la encontramos cerrada, y cuando la chica rubia casi nos alcanzó, le suplicamos ayuda, pero dijo que si nos ayudaba la anciana la mataría a ella también. Nos contó que hacía muchos años los tenía encerrados y que la anciana estaba totalmente loca.
Le volvimos a suplicar ayuda, y le prometimos que nos encargaríamos que ella y su hermano también pudieran escapar con nosotros, que buscaríamos a la policía y nos salvaría a todos. La chica se conmovió y dijo que esperaría un ratito para soltar a los perros. Abrió la puerta y nosotros corrimos, en el otro extremo de la calle se veía una silueta. Al acercarnos, noté que era mi padre. Recordé mis sueños…
¿Esto era real o no?
Desperté muy agitada y asustada, había tenido la misma pesadilla de esa mañana, en realidad la había tenido desde que papá se fue de casa.
Saqué mi cuaderno de la mochila y empecé a escribir, hasta que sonó mi celular y mamá dijo que enseguida volvía.
Al llegar a casa, Marianela, mi mejor amiga se puso a hablar de los preparativos del viaje que haríamos en dos días, a conocer la casa donde vivía su abuela.
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