Hace muchos años me jubilé o -mejor dicho-, me jubilaron; y a esa edad no podía ser mucho más que la tarea que me había asignado yo mismo para poder sacar unos pesos y llevar algo que nos permitiera, a mi familia y a mí, vivir dignamente: ser chofer de mi propio auto.

Así fue, que durante un tiempo muy largo, mantuve a mi familia con los pesos que sacaba haciendo de chofer durante todo el día.
Los días eran bastante similares. Por la mañana a veces se movía un poco, porque siempre hay quien se duerme y, para no llegar tarde al trabajo, se toma un taxi, o remise… al mediodía, no había casi clientes, pero desde la tardecita hasta entrada la noche, era cuando más dinero dejaba este negocio…

Una tardecita, una pareja de ancianos me hicieron la señal de pare. Paré y subieron al coche. Me dieron la dirección a la cual querían ir y se trataba de un lugar bastante lejano desde donde tomaron el vehículo. Se trataba de un lugar a casi cuarenta kilómetros fuera de la ciudad. Les propuse cobrarles por hora, ya que les saldría más barato. Mucho me agradecieron la sugerencia, pues no sabían que así les salía más en cuenta.
El viaje fue bastante largo y pesado, y a medida que nos acercábamos al destino, cada vez parecía más inhóspito. Lo único que se podía ver a lo lejos, como seña de civilización, eran unas pequeñas chocitas, con luz tenue que decoraban un lugar verdaderamente lúgubre.

Allí bajó la pareja de ancianos, y yo supuse que si me apuraba un poco, aún en la ciudad tendría suerte –por más tarde que se me hubiera hecho- de tener alguna otra entrada de dinero a ese día. Lo cierto es que el viaje parecía totalmente libre de tránsito vehicular, no vi un solo coche ni a medida que ingresé al destino indicado y tampoco cuando me fui, por eso me apuré, ya que creí que, solamente en la ciudad tendría clientela.

A mitad del viaje de regreso, los ojos se me cerraban del cansancio, y me pareció divisar a lo lejos, una figura masculina que tenía los brazos alzados como queriendo alcanzar el cielo. A medida que me acercaba me di cuenta que era real, era un hombre flaquísimo, y estaba vestido todo de negro.

Era muy extraño que una persona estuviera en ese lugar totalmente inhabitado haciendo dedo, pero al mismo tiempo, si bien temía un poco, me compadecí mucho de ese sujeto. Frené y él subió.

Si bien el hombre era de aspecto tenebroso, hubiera sido de muy mala persona no parar. No dijo una sola palabra en todo el viaje. Quise comenzar una conversación, pero la única respuesta que obtuve fue el sonido de una respiración tenebrosa, y al mirar por el espejo sus ojos color negro y de aspecto enfermo, se clavaron en los míos.

Silencio. Es lo único que hubo. Apuré la marcha y al entrar en la ciudad me imaginé que en cualquier momento recibiría la indicación de que me detuviera. Como seguía dentro de la ciudad, y no me dijo nada, me di vuelta para preguntarle exactamente a dónde iba. Mi sorpresa fue inmensa cuando giré y no vi a nadie en el asiento trasero. Detuve el coche, me percaté que lo hice justo frente al cementerio.
Pensé que quizá se hubiera sentido mal, y estuviera caído en el asiento trasero. No. Allí no estaba. Me bajé. Busqué, busqué incrédulo de lo que estaba viviendo, pero no…. No había nadie.

Me dirigí a mi casa con un cansancio que me hizo caer redondo y sin cenar en la cama. Al otro día, antes de desayunar, y todavía con el pensamiento del sujeto misterioso y desaparecido, caminé hacia mi auto. Era una forma de comprobar si no estaba tirado en el asiento trasero, e inconcientemente de cerciorarme que yo no estuviera loco…
Él no estaba allí. Pero… en su lugar, había una inmensa cantidad de monedas de otra época.

Me había dejado el pago del pasaje.