Carmen bajó lo más rápido que pudo las escaleras de caracol. El ruido de sus tacos llamó la atención de su marido que, leyendo en el living, interrumpió su lectura con sobresalto.
-“¿Qué pasa mi amor?”
-“¿Por qué corres?”
¡Entró en casa! ¡Rápido, muévete y cierra todas las ventanas! Le dijo a su marido que la miraba como incrédulo.
-“¿Quién entró en casa?”-
-Él, el que no nos deja en paz.
-Mi amor, vuelve a la cama. Por favor. No entró nadie a la casa. Habrás tenido una pesadilla nuevamente.
Luego de emplear un par de adjetivos nada agradables hacia su marido, Carmen llamó a un cerrajero.
-Es difícil encontrar una cerrajería abierta a esta hora de la noche-
¿Una cerrajería? –Preguntó su marido.
¡Claro, voy a hacer cambiar todas las cerraduras de puertas y ventanas!
-No mi amor, son pensamientos, pesadillas que ya no tendrás cuando la nueva medicación haga su efecto-
-Vete a descansar. Ya verás como te tranquilizas y te darás cuenta que no hay nadie más que tu y yo en la casa.
-¡No! ¡Eres un inútil, nunca me escuchas!-” A ti también te aniquilará. Me lo dijo en sueños” -continuó ella protestando en medio de su neurosis-
El marido, como pudo trató de calmarla pero no logró impedir que llamara al cerrajero.
Del miedo que tenía la mujer, al oír que alguien golpeaba la puerta se aterrorizó, pues había olvidado que había llamado al servicio de cerrajería.
Cuando abrió la puerta, divisó a un hombre de poca estatura, más bien pasado de peso que le dijo que venía por el llamado de cambios de cerraduras. Cuando la mujer llegó a responder, el hombre sacó una pistola de trabajo, para encender las mechas y ella se desmayó.
Cuando despertó luego de un largo rato, y empapada en un sudor frío, le preguntó a su marido qué había sucedido con el cerrajero que le había disparado.
-El cerrajero no te disparó. Solamente sacó su material de trabajo que es una pistola para encender. Es decir, tiene una mecha con la que se maneja para realizar sus tareas. ¿Comprendes mi amor? -dijo él muy calmo-
Miró sospechosamente a su marido. Parecía muy tranquilo, comparado con el estado de ella.
Se tranquilizó un poco, y verificó que todas las cerraduras de ventanas y puertas hubieran sido cambiadas. Eso hizo que subiera pronto a su cuarto. Donde se pasaba casi el día entero.
Cuando abrió la cama para acostarse, encontró un papel que decía:
“es tarde, estoy aquí”.
Antes del paro cardíaco que le vino, reconoció la letra de su marido en el papel salpicado con sangre.
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