En el jardín delantero en una casa de campo dos niñas jugaban bajo la luz de la luna llena que iluminaba las flores del jardín y traspasaba por las hojas de los árboles, eran Mariana y Fernanda dos amiguitas de 3 años de edad quienes sostenían una conversación de su edad, de pronto Fernanda tuvo la necesidad de ir al baño pero no se atrevía porque el baño como en todos estos lugares quedaba muy alejado de la casa.

Mariana accedió a acompañar a su amiga hasta el baño pues este quedaba entre la sombra de dos grandes álamos, al llegar a los pies de uno de los álamos Fernanda se agacho y entre las sombras las niñas vieron con terror pasar una carroza blanca tirada por dos caballos y arriba un hombre de sombrero, la luz de la luna hacia brillar el carruaje como la plata, el cochero gritaba “¡de prisa, de prisa!” al tiempo que golpeaba con un látigo a los caballos quienes tenían los ojos rojos como el fuego.

Las niñas salieron corriendo rápidamente hasta el recibidor de la casa, subieron las escaleras y se refugiaron entre las cobijas de la cama de Fernanda, pasado un momento era la hora de que Mariana regresara a casa pero ella se negaba a salir de la casa por miedo a encontrarse con la carrosa y prefirió esperar a que sus padres fueran por ella.

La noche transcurrió y Mariana se quedó a dormir en casa de Fernanda, a la mañana siguiente las niñas se despertaron muy tarde pues casi no pudieron dormir en la noche, temían que aquel hombre llegara por ellas y se las llevara por haberlo visto. Salieron de la casa, curiosas de ver si encontraban rastro alguno de aquel carruaje se dirigieron hasta el lugar donde lo vieron pasar pero no encontraron ningún rastro, en su lugar solo vieron una vieja carroza fúnebre que durante muchos años sirvió para transportar los cuerpos sin vida de los Gallardinos hasta el cementerio.