De acuerdo a lo que me contaba mi abuelo Juan, uno de sus amigos hirió accidentalmente a un Nahual. Su amigo llamado José se dedicaba a cazar animales para vender la carne y las pieles en el pueblo; ellos eran originarios de Huayacocotla, Veracruz.

José era un cazador excelente, y prefería salir por las tardes ya casi entrando la noche, porque los animales grandes salen a esa hora. En esa ocasión atrapó a un conejo, le puso una trampa y el animal cayó redondito. Cuando lo iba a sacar de la red en la que estaba, le brincó un perro grande. José cayó hacia atrás y, el animal de color negro se preparaba para atacarlo.

José sacó el machete que llevaba y el animal al ver el arma escapó. Al día siguiente, regresó el cazador al mismo lugar y a la misma hora, pero no con machete, sino con una pistola. Puso como carnada al conejo que atrapó la noche anterior y, a los pocos minutos apareció de nuevo el perro negro.

El animal ignoró por completo al conejo y lo ataco; José sacó la pistola y le disparó en varias ocasiones, pero el perro de grandes dimensiones esquivó las balas y escapo de nuevo.

El amigo de mi abuelo, asumiendo que todo esto era cosa del diablo, fue a la iglesia del pueblo y le pidió al señor cura que le echara agua bendita a su arma. José, al ver renuente al sacerdote, le  explicó cuáles eran sus motivos – señor cura quiero cazar al diablo –. Le narró a detalle lo que había vivido días antes y, el sacerdote viendo que se trataba de una locura, le siguió la corriente.

Esa noche José salió al bosque con su arma bendita. Espero que apareciera el animal y, cuando el “perro del diablo” llegó a su cita, lo primero que hizo fue gruñirle y quererlo morder. José no lo pensó dos veces y le disparó, pero ahora sí dándole en una pata. Volvió a jalar el gatillo, pero la bestia logró escapar.

A la mañana siguiente, José fue al pueblo, caminó tranquilamente entre sus calles, asumiendo que todo había terminado. De repente, encontró sentado en unas de las bancas a un señor que tenía unas vendas en el pie izquierdo. José se le acercó y reconoció a esta persona; era famoso en el pueblo por considerarlo un hechicero.

Qué le pasó en pie – el hombre lo observó fíjate y le dijo – tú ayer me disparaste en el bosque; yo no te iba a lastimar, sólo quería espantarte. José no comprendió lo que había escuchado y, sin oportunidad de decir algo, este hombre le dijo – algunas personas nos podemos convertir en animales –. En mi caso en perro, algunos más en lobos.

Yo nunca he lastimado a nadie, sólo mato para comer. El hombre le pidió a José que le guardara el secreto y así fue, hasta que desapareció para siempre.