Mi familia es bastante grande y muchos de los hermanos de mi padre viven en la misma mansión, esa que dejó mi abuelo para sus hijos con la intención de que fueran más unidos. Hasta mi padre, mi madre, mis hermanas y yo vivimos en ese lugar. No solo están mis tíos, también mis primos se encuentran viviendo ahí, así que siempre tenemos algo que hacer, ya que todos tenemos casi la misma edad.

La mansión está situada sobre un gran terreno con mucho pasto. Solemos pasar las tardes corriendo por esos lugares. Por dentro es un edificio muy grande, con muchos cuartos y pasillos, y también posee muchas obras de artes, tanto de la familia como de otros artistas, esto es porque mi abuelo le encantaba coleccionar este tipo de cosas. Lo que más abunda en las habitaciones son los jarrones y las estatuas. En realidad, podría decirse que todos parecen antigüedades.

Siempre andamos jugando dentro de la casa, así que debemos tener cuidado de lo que tocamos y evitar romper algo. Esto haría que muchos se molestasen, ya que lo consideran patrimonio familiar.

Nuestros primitos más pequeños suelen impresionarse con todo, pero Miguel, el más chico, de 5 años de edad, siempre anda curioseando todo y admira cada obra de arte que hay en casa. Inspecciona todo como si fuera un crítico de arte, cuestión que nos resulta gracioso. Últimamente solía pararse a mirar una pared del pasillo que da hacia el comedor general. Como siempre tenía actitudes peculiares, no le dimos mucha importancia, hasta lo que me contó este lunes.

Miguel se acercó a mi con un aire de desesperación, pensé que algún perro lo había perseguido, pero cuando empezó a llorar me preocupé. Hablaba de una estatua, pero nada se le entendía, sus sollozos y pucheros no me dejaban oír sus palabras. Logré que se calmara, pero lo que dijo me desconcertó.

“Nany, ponle una sábana a la estatua del pasillo del  frente”. Le pregunté que cuál de todas, y me habló de una estatua de color negro azabache que se encontraba en medio del pasillo. Le dije que esa estatua no existía. Me reafirmó que sí estaba ahí, una estatua sin rostro, que aparecía a las 4:00 de la tarde, cuando todos reposaban en la sala de estar. No le creí hasta que una tarde, por curiosidad, decidí pasar por el pasillo a la hora indicada.

Entré desde el comedor y vi como había una ligera niebla a lo largo del pasillo. Me pareció extraño, pero me atacaron los nervios cuando vi la estatua que mi primo mencionó. Corrí hasta mi madre y le conté lo sucedido. Ella me dijo que me contaría a cambio de guardar el secreto, asentí. Resulta que mi abuelo tenía una sirvienta de un hermoso rostro y fue su amante. Cuando mi abuela se enteró, enloqueció  y fue hasta que una bruja para que le aplicara un hechizo a la mujer. La convirtió en una estatua, y la condenó a pasar así el resto de su vida, sin volver a mostrar la belleza de su cara.