Juventino es originario de un rancho llamado Los Amules, enclavado en la sierra de Jalisco, donde vivió la mayor parte de los eventos desagradables que aún, a sus 28 años, no puede explicarse.
Recuerdo bien el primer acontecimiento que viví, fue como a los 7 años. Mi familia trabajaba en el campo. Mi hermano Ernesto y yo ayudabamos en las labores. Una tarde, a eso de las seis, casi para anochecer, fuimos con unos tíos para ayudarles a amarrar pasto de avena. Estábamos en el campo y mi hermano mayor andaba jugando con un monito de avena que él mismo se había fabricado. Se lo pedí prestado pero él no quiso dármelo y para que no lo molestara lo escondió. Lo amenace diciéndole que si no me lo prestaba, cuando lo encontrará se lo iba a desbaratar.
Continuamos juntando la pastura, haciendo montones y amarrandolos. A esos montones los llamamos en el campo “torillos”. Luego debíamos contarlos para calcular la cantidad de pastura. Mi tío me encargo el conteo. Mientras lo hacía, pensaba en el monito que estaba en unos de los montones. Casi terminaba de recorrer el barbecho, cuando vi que se abrió una brazada de pastura y salio el monito caminando hacia un lado, entre los surcos del barbecho. Me detuve y los cabellos se me erizaron. Estaba aterrado, en el momento que vi al monito, camine hacia atrás y caí de sentaderas. No pude ni correr de lo asustado que estaba. No podía quitarle la vista de encima al muñeco. Grite y grite fuerte pidiendo auxilio. Todos estaban lejos y quizás no podían escucharme pero continuaba gritando.
Mi hermano escucho mis alaridos pero como a veces gritaba de la nada, no me hizo caso. Cuando quede en silencio, entonces si se extrañaron y fueron a ver que me pasaba.
Mientras estaba en el suelo, el monito me llamaba con lo que parecía ser sus manos. Al hacerlo era como si me jalara porque iba avanzando hacia él como un metro.
Unas cuatro veces me hizo lo mismo, me faltaban unos dos metros para llegar donde él estaba.Afortunadamente antes de que eso pasara, llego mi hermano y me puso la mano en el hombro.
_Qué tienes?_Me pregunto.
_Mira_le dije, señalando al muñeco y tartamudeando.
Entonces al tiempo que volteo a verlo, el monigote se desplomó, pero Ernesto no estaba seguro de lo que había visto.
¿Lo sacastes tú?_me pregunto.
No yo no fui_le respondí.
Esta bien_me dijo_ No le digas a nadie, porque no te van a creer.
Como a la media hora nos llamó mi tío para que nos fuéramos a la casa. Todos teníamos nuestro caballo, de manera que montamos en ellos porque el recorrido hasta nuestra casa era largo. Al rato de ir cabalgando, vi a mi derecha aparecer un caballo rojo, con los ojos amarillos y brillantes.
Me mostraba su lengua que parecía una flama, como si fuera un demonio. Recuerdo que estaba oscuro.
Lo extraño era que todo mi lado derecho se enrojecia, como si me iluminarán con una luz roja. Mientras todo esto sucedía solo atinaba a repetir una oración que me enseñó mi abuela: ¡Ave Maria Purísima, el ruedo vaya a Satanás! Entonces el caballo desaparecía y en los siguientes metros volvía a salir. A medida que avanzaba, iba traspasando los árboles.
A pesar de que los demás que iban conmigo no podían verlo, sólo me preguntaban por que se me veía rojo todo el lado derecho. Yo les explicaba pero ellos no podían ver al caballo. Era un fantasma, así fui soportando todo el camino. Estábamos a un kilómetro de mi casa, cuando se me dejo venir y me atravesó. Sentí un calor intenso y me convulsione. Enseguida me soltó y entonces me dio un escalofrío. Me envolvió la oscuridad y me sentí aislado a pesar de que escuchaba las voces de los demás.
Hice un gran esfuerzo para llegar a casa, en donde me deje caer y perdí el conocimiento. Durante los siguientes cuatro días, después de lo del caballo, estuve en cama enfermo. Mi madre bajo al sexto día al pueblo a comprarme un juguete para ayudarme a mejorar por que estaba preocupada por mi.
En esa época estaba de moda unas caricaturas de las cuales se hizo un muñeco que representaba el mal y cuyo lema era clamar por los espíritus malignos, aún así era promovido. En las pocas oportunidades que tenia de visitar a mis abuelos, aprovechaba para ver la televisión y buscaba el programa donde salia el personaje.
Éste fue el muñeco que mi mamá escogió porque sabía que me gustaba. A pesar de que era un niño, no tenía tiempo de jugar debido a mis obligaciones para con la familia. Mi madre llego entusiasmada y me dio el muñeco, y yo me puse feliz.
Ella nunca se enteró de mi experiencia con la figurilla de avena.
Como les dije antes, mi hermano me aconsejo no decírselo a nadie por que no lo iban a creer.
Recibí el juguete y no deseaba dejarlo para nada. Hasta dormía con él. Casi no tenia oportunidad de jugar, por eso lo acostaba junto a mi casi todo el tiempo. Una noche como a las diez días del percance del caballo, hizo un frío intenso. La gente se preparaba con cobertores para soportar la helada. Había luna llena y su luz se filtraba en mi cuarto por una pequeña ventana. Me hice bolita en la cama por el frío, cuando escuche una voz que me hablaba:
_Papá tengo frío, cobijame!
Abrí los ojos para ver quien me hablaba y vi que era el muñeco. La luz de la luna alcazaba a iluminarlo y me permitía ver el movimiento de su boca como si fuera cualquier persona. Temblaba de frío y escuchaba hasta sus dientes tiritar. El insistía.
_Papi, cobijame, tengo frío.
Muerto de miedo, me levante para verlo más cerca. Ni yo mismo creía lo que estaba viendo. Lo tome incrédulo y tembloroso. Al hacerlo sentí como si su cuerpo fuera de carne y hueso. Me dio tanto horror y no sabia que hacer con él. No comprendía por que hablaba, si era un muñeco. Estaba paralizado de miedo porque no atinaba a hacer nada y el muñeco seguía hablando. Quería moverme ¡No podía! Quería hablarle a alguien y no lograba articular palabra.
Después de un rato intentándolo logré moverme y avente al muñeco por la ventana.
Cuando cayó el muñeco, grito. Corrí asomarme por la ventana y vi como luchaba para trepar, pero no podía hacerlo, se resbalaba, por que había caído en un barranquito que había a fuera de mi habitación. Al mismo tiempo, grita y gritaba:
_Papi cobijame, que tengo frío!
No soportaba escucharlo era horrendo. Me tape hasta arriba con las cobijas para no escuchar más. Con dificultad me volví a dormir. Al día siguiente cuando desperté, fui a buscarlo y ahí estaba, afuera, tirado, donde había caído. Pero ya era normal, nunca se me ocurrió que era un sueño, fue una vivencia clara, no hay confusión. Decidí quemarlo por que era cosa del demonio, no era normal. Tuve que contarle a mi madre, no podía hacer cómo si nada hubiera pasado porque me arriesgaba a vivirlo nuevamente.
Mi mamá me vio tan decidido y asustado que me dio permiso, a pesar que me lo había regalado con tanto cariño. Me dolia tener que hacerlo pero sabia que si me hablaba de nuevo me iba a morir de susto.
Cuando lo estaba quemando, algo espantoso ocurrió porque en lugar de oler a plástico quemado, percibí un olor a carne quemada y sentí que miraba, acusador.
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