Una formalidad común a casi todos los procesos por brujería blanca era someter a la presunta culpable a una serie de pruebas, generalmente realizadas ante público, tendentes a demostrar su condición de hechicera.

Una de ellas era la prueba del agua, consistente en echar a la persona inculpada al agua, atada de manos y pies por una cuerda; si flotaba, quedaba demostrada su condición de bruja. Claro que siempre los verdugos tenían buen cuidado en sujetar la cuerda, de modo de no dejarlas hundirse.

En el año 1593 el tribunal de Holanda debió intervenir en el caso de una mujer acusada de adepta del diablo por no haberse ahogado en la prueba del agua. Obrando con cautela, pidió su parecer a renombrados catedráticos de la Universidad de Leidcn, lo que dio lugar a que su dictamen constituyera un tratado ¡ sobre el valor jurídico de la prueba del agua.

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Basándose en criterios científícos, teológicos y jurídicos, la reprobaron totalmente, argumentando que «resulta altamente peligroso que los jueces acusen y condenen a muerte por hechicería a una persona contra la que tan sólo existen los indicios resultantes de la prueba del agua. Y ello es tanto más grave cuanto que no existe ley divina o humana que nos confiera la obligación de considerar el agua como fuente de prueba o señal alguna».

Otra de las pruebas a que eran sometidas las acusadas era la del peso, que exigía que se las pesara en una balanza pública, quedando aseverado su pecado por la falta total de peso, indicada por la inmovilidad de la aguja.

Como en épocas de mayor locura persecutoria no pocas balanzas obedecían más los deseos de los perseguidores que al sentido común, quedando inexplicablemente paradas, adquirió gran fama la balanza de Oudewater, donde ya no existían inquisidores ni procesos que obligaran al sucio fraude. Es así que a esa región de Holanda se dirigían numerosas personas sobre cuyas cabezas pendía la amenaza de un proceso por brujería, quienes, confiando en la rectitud de los funcionarios que la atendían, se hacían pesar ante testigos y extender luego el correspondiente certificado.

No se sabe por qué razón estos certificados eran luego aceptados fehacientemente por los inquisidores de otros países, pero lo cierto es que la balanza de Oudewater adquirió gran fama y llegó a ser considerada como una especie de suprema instancia judicial, en el dominio de las sospechas de la brujería.

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