Ernestina era una prima segunda o tercera de mamá. Tenía cerca de setenta y cinco años, pero no se le notaba porque desbordaba alegría y energía. Siempre pareció más joven de lo que en realidad era por su carácter. Supo ser alma de cualquier reunión. Alegraba allí donde estaba.
Vivía sola, nunca se había casado, se supo que alguna vez tuvo una relación, pero nunca más se la vio con nadie. Ella armaba las reuniones familiares y en toda ocasión sabía hacer de esas una delicia para quienes asistieran.
Siempre supo estar cuando alguna amiga o familiar la necesitaba, o estaba triste o simplemente necesitaba un oído. Ernestina no fallaba.
Nunca se la oyó quejarse de nada, ni siquiera de que no tuviera dinero para medicamentos o para algo. Ella siempre estaba “muy bien”. Siempre venía a casa a las seis de la tarde, de visita, para ver si estaba todo bien, para ver si alguien necesitaba algo. Para “estar”. Siempre.
Pero un día no vino a la hora en que conciente o inconcientemente se la esperaba. No, no vino.

Nos llamó la atención pero antes de que nosotros llamáramos a su casa nos llamaron del sanatorio para avisar que Ernestina estaba allí, internada.
En el sanatorio nos dijeron que tuvo una descompensación y se encontraba en el CTI, muy delicada. Estuvo varios días en ese estado, hasta que un día mejoró un poco y la pasaron a una habitación común. Todos nos turnábamos para acompañarla en los horarios dispuestos por el sanatorio, y para ayudarla a comer, aunque se negaba la mayoría de las veces.

Mi sorpresa fue gigante cuando a la hora de visita y como todos los días, fui al sanatorio. Ernestina estaba sentada en la cama, sonriendo, casi riéndose a carcajadas pero lo que más me extrañó era ver que en la habitación estaba ella sola. Ella y yo cuando llegué.
A mí me ignoró por completo, y empezó o “siguió” hablando y matándose de risa vaya a saber con quién. Me vino un escalofrío, no supe que hacer…
De pronto, la habitación quedó a oscuras y enseguida volvió la luz. Se lo atribuí a una falla en la electricidad, y no le di importancia. A todo esto, las enfermeras entraban y salían de la habitación, pero parecía que no les llamaba la atención lo que veían, y que a mí me provocaba tanta inquietud. ¿Con quién hablaba? ¿De qué se reía Ernestina?
Cuando ubiqué al médico que la atendía, enseguida le plantee mi inquietud y me dijo que lo más probable fuera los efectos secundarios de todos los medicamentos que le estaban dando.
Entonces me quedé más tranquila, y los días fueron pasando y Ernestina seguía hablando con sus visitantes imaginarios, hasta que un día no soporté más que no se diera cuenta que yo estaba allí, yéndola a ver, y ella me ignoraba. Interrumpí la conversación: -“Ernestina… ¿con quién hablás?
“- Me están organizando una fiesta de disfraces…”
-“ Toda esta gente que me vino a visitar. Realmente son muy divertidos y me hacen reír muchísimo”.
“-¿Qué gente?”- dije sorprendida.
“-Todos ellos”, -dijo- sin parar de reírse.
“-Y ¿Cuándo será la fiesta?” – pregunté siguiéndole la corriente.

“Espera que les pregunte”, dijo, y miró fijamente a la pared. Giró su cabeza, me miró y dijo: -“será este domingo, a las siete y media de la tarde en punto”. “Todos están invitados, mi familia entera y mis amigas. Avísales por favor” – dijo, con una sonrisa en la boca.
“Por favor, no te olvides de Magdalena, mi queridísima amiga, y dile que será una fiesta de disfraces, y que el requisito fundamental es llevar un sombrero rojo”. “Si no llevan el sombrero rojo, no se les permitirá el acceso”.

DISFRAZ-ANGEL-INFANTIL
Por supuesto, mi conciente decía que todo esto se trataba de un delirio, propio de una señora mayor, medicada, pero en mi inconciente, algo decía que debía avisarles a todos. Y así lo hice.
Al día siguiente, la encontré muchísimo más animada aún, y me preguntó de qué me iba a disfrazar para la fiesta “en su honor”.
“No lo pensé” –dije tímidamente.
“Bueno, deberías tenerlo decidido ya, pues falta poco para el domingo”, “¿Qué te parece de ángel?”
“-Está bien”, dije.
Cuando me iba, en la puerta del sanatorio había un grupo de gente disfrazada… Me di vuelta y comenté todo a una enfermera que había visto cerca de la habitación de Ernestina, y me dijo “ah…pero yo pensé que estaba mucho mejor”, “¿a qué hora le dijo que será la fiesta?
“A las siete y media en punto de la tarde”, -contesté.
-“Justo es mi turno”, dijo y agradeció diciendo que se iba a preparar “para lo peor”. La miré de soslayo pensando en la mala onda que tenía esta mujer a pesar de su oficio, y me fui.

Al otro día temprano, me dispuse a buscar casas de disfraces y buscar uno de “ángel”, tal como me lo sugirió Ernestina. Ella se merecía eso y mucho más. Costó encontrarlo, pero lo hallé. Por supuesto también el sombrero rojo, bien brillante, como me lo había sugerido. Encargué sándwiches, masas, saladitos, y también alquilé trajes para el resto de la familia. Pero me di cuenta que me había olvidado del traje de Ernestina… a ella no le había comprado ninguno. Tampoco ella me comentó en momento alguno de qué se disfrazaría…
Llegamos todos al sanatorio mientras mi madre salió corriendo a buscar el disfraz que yo me había olvidado para Ernestina.
¡Toda la familia y sus amigos parecíamos locos de remate!
Cuando abrieron la puerta de la habitación, fue gélido el sentimiento de todos, pues Ernestina no estaba. En su lugar, la cama estaba armada, sin ella.
De repente una enfermera vino y nos miró fijamente, y nos preguntó: “¿están todos prontos para la fiesta?”

¡No! Mi madre salió a buscar el disfraz de Ernestina dije yo…
– La hora señalada ya pasó jovencita, me dijo la enfermera. Queme el disfraz cuando su madre lo traiga. Ernestina sufrió un paro cardíaco, pero estará bien, ya lo verán.

Seguí su consejo, pero pensé que había algo escondido, que la enfermera sabía, y no nos decía. Algo que tenía que ver con las conversaciones y risas de mi tía Ernestina…

Quemé el traje de Ernestina, tal como me lo indicó la enfermera.
Al día siguiente Ernestina estaba en perfectas condiciones, pero muy enojada conmigo pues me decía “arruinaste mi fiesta quemando mi disfraz”.
En pocos días le dieron el alta.
Quizá en otra habitación del sanatorio estén organizando otra fiesta para otra persona.