Las personas paseaban por el lugar investigando, observando todas las atracciones que ofrecía el lugar. La feria se caracterizaba por tener de todo, desde juguetes para los más pequeños y ropa, cerámicas, cosas para el hogar, de todo para las personas de mayor edad. No había quién no encontrara algo que le gustara allí, y esa era una de las razones, por la que siempre estaba tan concurrida.

Sandra reía bajo la ventana. Tenía ventana en su apto de un tercer piso, justo del lado que daba la feria, y era un espectáculo verla desde allí. Se divertía mucho mientras veía a los niños correr con sus globos, a las señoras regateando los precios de las telas y a los abuelos, buscando entre los ábacos de fluorescentes colores para sus nietos.

Miles de historias se sucedían en esa feria, y hasta podrían llenar la página de más de tres libros enteros. Las peleas de los chicos eran muy comunes, pero lo que comenzaría en un rato, no se lo podría imaginar nadie.

Sandra era bastante pícara y más que una niña parecía un varón. En su casa había un arma con balas de plástico que su padre tenía “muy bien guardada”, pero de tan bien guardada, y con la intención de no usarla nunca, se había olvidado de ella. Esa fue una de las razones por las que nunca descubrieron que la pistola no estaba en su lugar.
Este domingo, la diversión de Sandra haría daño a muchas, muchas personas.

Empezó a sonreír entredientes, y pistola en mano comenzó: ¡Pam! El primer disparo que dio justo en los lentes de un anciano. Tanta mala suerte tuvo el pobre, o buena suerte porque no llegó a dañar su ojo, pero dio en el armazón, que al pobre anciano iba a costarle mucho tiempo juntar ese dinero nuevamente para poder comprarlo…

Disfrutó mucho ese momento, pero el daño le pareció poco, entonces decidió hacer algo más divertido ella misma, porque ya el solo hecho de disparar la pistola no le estaba divirtiendo tanto como esperaba.

Bajó al living, y abrió el placard donde su madre guardaba la vajilla de cristal. Juntó en una caja todas las copas, – que en total eran como doce – y las subió a su cuarto. Desde allí, comenzó a tirarlas una por una, y éstas cayeron de manera vertical, y cada una de las copas estalló en mil pedazos. Su rostro se transformaba y denotaba placer, cada vez que veía sangre de las personas que las copas rotas había cortado. Rostros, pies, brazos, sintieron como los cristales se hundían en ellos, cortándolos, desgarrándolos casi, por la fuerza con que cayeron.

Para Sandra eso era una gran diversión. Se rió y rió a carcajadas. La niña diabólica tomó la última copa de cristal en sus manos para tirarla, pero la tomó con tanta fuerza que ésta reventó en sus manos cortándole los dedos, hasta las venas. Era un placer indescriptible el que sentía al ver sangre. La sangre no la detuvo, y mientras chorreaba con mucha rapidez y ensuciaba todo el alfombrado de su cuarto a ella no le importó. Sentía verdadero placer, a pesar que se empezaba a sentir mal, no paró…

Bajó como pudo hasta el living, y esta vez, al no haber más copas, tomó vasos, y uno por uno fue haciendo lo mismo que hizo con las copas. Esta vez los vasos dieron a un policía que se encontraba en la feria, justo en la cabeza, el resto de los vasos estallaron y se clavaron en los rostros de las personas que aún permanecían inmóviles e incrédulas a lo que estaban viviendo…

De pronto, la feria se convirtió en un gran alboroto. Todo el mundo comenzó a correr espantado. Se caían unos encima de otros con tal de salir lo antes posible de ese lugar diabólico.
Una mujer gritó: ¡allí arriba! La habían visto….Los vasos como auténtica guillotina cortaban cabezas, manos, pies, todo lo que encontraban a su paso.
Salió a la terraza de su cuarto como diciendo ¿y qué? ¡disfruto con esto!

Victoriosa intentó pasar al tejado del balcón de al lado, sus pasos se movían rápidamente, y de repente saltó al público! Murió de un infarto.

Nadie nunca supo si estaba loca, o una extraña enfermedad llevó a esta niña a cometer semejante destrozo. Pero los vecinos de esa niña, aseguran que todas las noches nadie se animaba a salir, porque en esa casa se hacían brujerías todas las noches y los desgarradores gritos que de ella provenían asustaban hasta el más valiente de todos los hombres…