El Dr. Queisy despertó temprano ese sábado junto a su señora como todos los fines de semana. Estaban dispuestos a irse a su casa de campo, July –su mujer- tenía todo “el picnic” preparado. Este año pasarían una Navidad “a solas”, así lo habían decidido hace tiempo…
Había dispuesto y bien ordenado -como era su costumbre-, todo lo necesario: Latas, pan, sándwiches, bebidas, repasadores, y todo lo que haría falta para pasar un fin de semana espectacular. Con las previsiones del caso por supuesto: también los remedios de su esposo, que padecía una enfermedad cardíaca y estaba medicado de por vida.
Sin embargo, el destino no les tenía preparado un fin de semana hermoso ni mucho menos. Desayunaron temprano luego de una exquisita ducha, y se dispusieron a cargar el coche, cuando el Dr. Queisy sintió una opresión en el pecho y exclamó: “July, por favor llama urgente a la Coronaria”, “¡rápido, porque me muero!”…
July soltó el bolso que se disponía a cargar en la camioneta y pronto llamó a la Coronaria que tardó no más de ocho minutos en llegar. El panorama no era como los anteriores. Le pidieron que se retirara de la habitación y el médico, junto con todo el equipo atendió al Dr. Queisy encerrados en su cuarto.
A July no había quien la consolara. A los veinte minutos de intento de reanimación fallida, lo subieron a la ambulancia para trasladarlo al sanatorio más cercano.
-“La situación es grave señora”- dijeron los médicos.
-“Mi esposo ha tenido varios ataques cardíacos así, doctor”- exclamó July, sin poder creer los gestos que veía en la cara del médico, que dejaban adivinar la peor noticia.
-“No llegamos”, “No vuelve, no vuelve en sí”…-
-¡Dios mío! -Exclamaba la mujer desesperada.
Efectivamente, la muerte llegó antes de pudieran llevarlo al sanatorio.
-“Lo lamentamos mucho señora-, dijeron todos al unísono a July”
-“Hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance”-
No existía consuelo para July…
Sin embargo, el Dr. Queisy podía ver y escuchar todo lo que pasaba a su alrededor. Las miradas de los médicos, el llanto de su mujer, todo. Y lo peor…¡lo creían muerto!
Estaba lleno de terror.
Era médico también, pero hacía mucho tiempo que no ejercía, pero sospechó que lo que tenía era un ataque de catalepsia… y esta vez, no podía hacer nada. Eran los demás quienes debían darse cuenta…
Lo dieron por muerto y ¡él no lo estaba!
Al ver que ya lo daban por difunto, la desesperación era tal, que creía que moriría en serio. Pensaba: “estoy aquí July”…. “¡No llores!”, “No estoy muerto”, por favor, no organices ningún funeral… Sus pensamientos eran en vano, todo estaba listo para enterrarlo…
Y así fue.
Estaba amortajado, las dos manos sobre su pecho, y de repente se acercaron dos hombres que lo tomaron, uno por la espalda y el otro por las piernas y se disponían a introducirlo en el féretro.
-”¡Por Dios!”- “El féretro no….¡Estoy vivo!” “¡No estoy muerto señores!” Pensaba, pero todos creían que era un difunto.
Su esposa se acercó para darle el último beso.
“July, no puedes creer que estoy muerto” ¡Estoy vivo!
Luego de eso, todo fue oscuridad. Silencio. Hasta que por fin volvió el ruido.
“¿Habrán notado que estoy vivo?” “¡Dios, escúchame!”, pensaba el Dr. Queisy…
Pero no, para desgracia del Dr. Queisy, los ruidos eran los palazos de tierra que vertían sobre el cajón….
Logró escuchar llantos, y voces que venían como “desde arriba”.
Se dio cuenta que lo estaban enterrando.
Pasó un rato de desesperación, y sus músculos parecían empezar a recobrar fuerzas. Con todo el impulso que pudo, golpeó el cajón, pero nadie lo escuchó. Se había acabado por fin la pesadilla del ataque de catalepsia, y ahora le quedaba salir de allí.
Empezó a patalear con los pies, con los puños, con toda la fuerza que pudo. Le caían gruesas gotas de sudor por la frente.
Estaba muy agotado.
De repente empezó a escuchar unos rasguños y pensó que quizá sería otro muerto vivo que habían enterrado. El cajón parecía desquebrajarse. ¿Sería otro hombre con tanta mala suerte igual que él con ataque de catalepsia? Pronto desechó esa idea. Sería mucha casualidad…
De repente supo de qué se trataba…
El terror sacudió su cuerpo y un grito de horror brotó de su garganta reseca: ¡No Dios!
¡Ratas noooo, ratas nooo!
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