Habíamos hecho un pacto: el que muriera primero de los dos volvería para contarle al otro qué hay en el más allá.
Elvira olvidó así sus fantasías, y eso me hizo sentir bien. Al menos por un tiempo no insistiría más con eso de “qué pasará después que uno muere”, “será cierto que hay otro mundo luego de la muerte”, etc. Yo no tenía mucho tiempo para sentarme a discutir si existe o no otro mundo luego del fallecimiento de una persona, y mucho menos estar horas y horas discutiendo, y exponiendo mi opinión, y a la vez escuchando la de ella.
Yo tenía una imprenta, que me consumía la mayor parte del tiempo, y el poco tiempo libre que me quedaba, no deseaba hacer otra cosa más que descansar. Estaba muy cansado y convencí a mi esposa que ese tema no lo tocaríamos más, al menos por un tiempo.
Tan pronto como convinimos aquello de no tocar más el tema, me dediqué de lleno a producir y producir. Mi esposa en ese tiempo se dedicaba a tareas del hogar y a reunirse, una vez por semana con señoras solteras y algún que otro hombre, que leían la Biblia, y estaban convencidos que con eso, se ganarían un lugar en el cielo.
Para ese entonces, aburrido de Elvira. Me había hartado mi esposa. Las cosas eran muy diferentes a cuando éramos novios e incluso en los primeros años que nos convertimos en marido y mujer.
Su educación influyó mucho en nuestro matrimonio. Religiosa en extremo, crédula, Elvira y yo discutíamos mucho acerca de la vida en la tierra, pues yo insistía en que dejara los temas del más allá y se dedicara a pasarla mejor en esta vida que tenía en ese momento. Lo del más allá nadie lo sabía con certeza. Y eso que yo decía, era motivo más que suficiente para tener grandes discusiones.
Ella lloraba mucho, se enojaba conmigo por no creer en nada, y no quería dejarme. No le daba importancia a tener que ir sola a la Iglesia y tampoco mi constante NO como respuesta a su pedido insistente de tener hijos.
En la imprenta recibimos un trabajo importante. Una firma internacional, nos solicitó la impresión de tres millones de ejemplares de un libro cuyo contenido nos resultaba incomprensible.
Mis socios y yo, celebramos a lo grande cuando finalizamos la impresión de semejante cantidad de libros, y me quedé allí prácticamente hasta el día siguiente, bebiendo y festejando.
Al día siguiente, en la mañana regresé a casa acompañado de una muchacha Estela, ya que eso recomendó un primo lejano, al verme tan entrado en copas. Estela era de Bolivia y odiaba estudiar, y quería trabajar allí a toda costa.
Estela me dijo que si no conseguía trabajo en ese lugar, no iba a estudiar y se dedicaría a la prostitución. Me chocó muchísimo imaginar a la joven en brazos de cualquiera, vendiendo su cuerpo por dinero. Decidí convertirla en mi amante, porque la verdad, me gustaba mucho. Le di un lugar en nuestro negocio.
Como yo era el accionista mayoritario de la imprenta, mis socios no dijeron nada respecto a la adquisición de la nueva empleada.
Le entregué una cantidad de dinero a Estela para que pudiera alquilarse algo para vivir, y se instaló en un monoambiente, que convertimos en nuestro nido de amor. Apenas salía de mi trabajo me iba para allí y hacíamos el amor una y otra vez, todos los días. Elvira, jamás fue capaz de suponer que yo tuviera un amante, menos que la engañaría en cualquier cosa. No se daba cuenta siquiera del perfume de Estela que quedaba muchas veces impregnado en mi ropa.
Estela me ayudaba a rendir más hasta en mi trabajo, y de alguna manera me apuraba a decidirme a divorciarme de Elvira lo antes posible.
Una noche, mientras hacíamos el amor con Estela, le conté que estaba desesperado y ansioso por dejar a Elvira para casarme con ella.
-¿Conmigo? Preguntó
-¿Y qué te parece? Dije, sonriendo.
A Estela le gustó mucho la idea, pues el negocio iba en su momento más próspero. Además nos seguían adjudicando proyectos interesantísimos que nos enriquecían cada vez más. También habíamos adquirido más empleados porque no dábamos abasto, y Estela era su capataz.
¿Por qué no hablas con Marcos? Él podría seducir a tu mujer, así tu conciencia no duele tanto al pedirle divorcio.
¿Por qué, él trató de seducirte? ¡Sí, pero no lo logró!
Le pedí que hablara con Marcos, y que le hiciera hincapié que tendría un muy buen pago por seducir a mi mujer. Queríamos hacer caer a Elvira, agarrarla con las manos en la masa, y así liberarme (nos) de ella.
Marcos era considerado un verdadero ganador entre los hombres por su talento para seducir mujeres, se había metido en muchos líos propios y ajenos relacionados siempre con el tema faldas. Marcos aceptó con gusto la propuesta, ya que también la cantidad de dinero que se le ofrecía por ese “trabajo” era muy jugosa.
Armó un plan: se haría pasar por un creyente, iría a la iglesia e ingresaría al grupo de los lectores de la Biblia. Intentaría caer simpático, y de ahí en más todo sería muy sencillo.
Los compañeros del círculo, comenzaron a tomarle cariño, en cuanto se realizó la primera comida a la que asistiría, y que el grupo hacía semanalmente para recaudar fondos para donarlos a los necesitados, se lanzó a la conquista de Elvira. Su verborrea era deslumbrante. No dudo que Elvira al escuchar a Marcos me hubiera extrañado y recordado los escasos momentos cuando hace tiempo yo le decía cosas dulces al oído.
Les tomé fotografías cuando se iban juntos, y también en la puerta de mi casa cuando se daban un beso de despedida en la mejilla. Marcos no entraba en casa. No lo lograba. Pero poco me importaba, ya que con esas fotos me alcanzaba para pedirle a Elvira el divorcio.
Sin embargo, el destino me tendría preparado algo diferente. La noche en que estaba decidido a pedirle el divorcio a Elvira, ella se tardó más de la cuenta. Había empezado a llover muy fuerte, por lo que supuse estaría refugiándose en algún lugar o en la parroquia, hasta que la lluvia cesara. La esperé fumando y tomando un whisky.
Cuando llegó la miré con todo el odio que pude, pero noté algo muy raro, y Elvira se desmayó apenas ingresó a casa. Llamé al médico asustado porque no quería que me culparan si algo grave ocurría.
El médico me miró y me dijo que tenía “neumonía severa”, habría que internarla y emprender un tratamiento muy cuidadoso. La mandé al hospital con la ambulancia, y con tal de estar con Estela dejé sola a mi mujer, y no la visité en ningún momento. Las enfermeras cuando al fin le dieron el alta, y me conocieron, me miraron con malos ojos.
Cuando Elvira regresó a casa, una pastilla que le recetaron le provocó muchísimo sueño, que la hizo descansar por horas. Abrí las ventanas de par en par para que entrara aire frío y enfermara nuevamente a Elvira.
Pasé la noche con Estela, haciendo el amor con frenesí, estaba seguro que Elvira moriría esa misma noche.
Estuve en lo cierto. Mientras yo estaba con mi amante, mi mujer habría sufrido convulsiones y ataques de tos, y un minuto antes de fallecer, cuando regresé a comprobar que había fallecido me miró y me dijo: “Recuerda…”
No entendía a qué se refería.
La enterré lo más rápido que pude donde está el cuerpo de sus padres. Pasada la cuarta noche que la sepulté, cuando fui a mi oficina descubrí en el suelo lleno de tierra, unas huellas inconfundibles.
Me puse muy nervioso, y me hubiera encantado creer que ella las había puesto allí antes de morir, y que se habían mantenido en ese lugar porque yo estaba siempre ocupado como para realizar tareas domésticas.
Estela se mudó a mi casa. Por muchos meses parecíamos dos adolescentes, y hacíamos el amor todos los días y a toda hora.
Nunca le nombré nada a Estela de las huellas que encontré de Elvira en mi oficina.
Al pasar el tiempo empezó a desmejorar todo económicamente, en la casa, con el dinero que ya no alcanzaba para nada…Mi nueva vida amorosa no era ni la sombra de lo que fue al principio y la empresa iba de mal en peor.
Tuvimos que despedir a muchos funcionarios sin indemnización, por lo que fuimos demandados, Marcos me chantajeó con contar la historia del pago porque se encargara de matar a Elvira, y todo se iba a pique.
Estela se cansó de mí. Me dijo que se iba para siempre, y la tomé por los brazos y le di una mirada que la paralizó diciéndole: “vete, no te buscaré, pero antes prométeme que si mueres antes que yo, vendrás a decirme cómo es el Paraíso”, dije.
-Estás totalmente loco-, dijo pero la volví a sujetar aún más fuerte y se lo repetí, a lo que contestó tragando saliva: “está bien, te lo prometo”.
Eso lo hice para recordar a Elvira. La extrañaba, pero no porque la amara, sino porque me sentía muy solo. Estela se iba porque me había quedado sin un peso, pero Elvira siempre me había acompañado, tanto cuando fui un pobre diablo, como cuando mejoré económicamente. Siempre estuvo al lado mío. Siempre.
Por la ventana pude ver como Estela se iba en el auto nada menos que de Marcos y enfurecí.
¡Se iba con ese cínico!
Me enojé tanto que tomé mi auto y los seguí hasta un pueblo lejano, y cuando frenaron los observé desde mi coche.
Entraron en una casa vieja, y Estela bajó su equipaje. Descendí de mi auto y me acerqué a mis víctimas, escondiéndome detrás de los árboles que circundaban el lugar.
Encontré un tubo de hierro y justo cuando la pareja iba a cerrar la puerta, entré y los maté a los dos. Parecía un río de sangre el lugar.
Volví a mi casa lo más rápido que pude.
Fui derecho a mi dormitorio, y me acosté. Estaba tranquilo por haber aniquilado a los dos hipócritas, pero también me sentía mal porque recordaba a Elvira. No se me iba de la cabeza.
Me quedé dormido.
A la madrugada desperté y no me sentía solo. La luz matinal daba al cuarto un brillo que daba pánico. Estela estaba junto a mi cama, con los brazos ensangrentados y con sus ojos fijos en mí, vidriosos. Con una sensación de terror que me paralizó, lo primero que dije fue: ¿viste a Elvira en el paraíso? Y antes de desaparecer Estela dijo:
-Ella no se encuentra en ese lugar.
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