Margarita estaba casada y no tenía tiempo ni para su marido. Dueña de un negocio, pasaba largas horas en él, ya que lo disfrutaba a pleno y le dejaba mucho dinero.
Incrédula totalmente en cosas paranormales, era una mujer seria, que si bien respetaba a aquellos que creían en fantasmas, y esas cosas, no dejaban –en el fondo- de ser tonterías para ella.
Cierto día, llegó un telegrama que recibió con preocupación, convencida que sería el pago de alguna factura atrasada, pero no porque no tuviera dinero, sino por distraída, ya que con todo el trabajo que tenía, a veces le pasaba de dejar vencer los plazos de las mismas.
Pero no, no se trataba de una factura atrasada. Su marido, Jorge, había muerto. Lo primero que ella hizo fue releer el telegrama porque no entendía cómo pudo haber pasado eso. Era cierto que casi ni lo veía por los días, y la noche anterior había llegado tardísimo a casa, pero de ahí a que le llegue un telegrama con esa noticia….
Resultó ser que su marido, ante la indiferencia de su mujer, vagó todo el día por las calles. Rondó un manicomio que quedaba en el pueblo donde vivían, lejano a su casa y ahí se lo encontró tirado y sin vida.
Lo que llamó la atención de Margarita, fue que Jorge, las pocas veces que tenían tiempo para distenderse y hablar, le comentaba sobre leyendas urbanas e insistía mucho sobre una especialmente, que se había producido en un lugar donde se encontraba la gente desequilibrada.
Hacía muchos años, un manicomio se habría incendiado matando a la mayor parte de los internados allí, y sólo dos de ellos habrían sobrevivido. Esos dos locos serían los encargados de vigilar el lugar para que nadie entrase. Un lugar totalmente deshecho por el fuego… un lugar inhóspito.
Eso fue todo lo que llegó a saber Margarita de boca de su esposo ahora difunto. Pero ella era totalmente incrédula de todo. No creía en nada. Ninguna religión, ningún ser superior. ¡Nada!
Corrió con todas sus fuerzas hasta el lugar y buscó un hotel cerca del lugar donde su marido falleció.
Por la noche, sintió gritos de desesperación y penetró por el cerrojo de la puerta una luz que no la hizo temblar, pero que le llamó mucho la atención. Cuando se levantó para ver qué era, y aprovechar de paso a ir al baño, se encontró con un papel pegado en el espejo que decía “Ahora mismo vete de aquí”.
La letra era idéntica a la de su esposo. Pensó que todo se trataba de una broma de muy mal gusto por cierto, pero en ese momento sintió un escalofrío que la obligó a mirar por la ventana y lo que vio la congeló: un hombre yacía colgado muerto de un cable que atravesaba desde el techo hasta el primer piso.
Por el viento, el cable giró y fue ahí donde pudo ver el rostro del desdichado hombre: se trataba de su marido.
Salió corriendo aterrorizada, quería abandonar cuanto antes ese hotel y en su huida se refugió en el manicomio que estaba próximo. Se equivocó al entrar en ese lugar. Se dirigió al lugar menos indicado, pues ahí, comenzó a escuchar unas carcajadas a los lejos que parecían acercarse cada vez más.
Margarita nunca sintió tanto miedo, le temblaba todo el cuerpo. Vio aproximarse a un hombre, vestido con una bata blanca que le preguntó:
– ¿Qué hace usted aquí?
– Eh …estoy escondiéndome de los pescados que matan gente-.
Con todo el miedo que sentía, salían disparates de su boca. No era consciente de lo que decía.
El hombre contestó:
-Usted está en el lugar equivocado, no interfiera en este lugar. No moleste a mis amigos. Su esposo es uno de los nuestros.-
Y, tras decir eso, el hombre vestido de blanco desapareció.
Margarita corrió lo más rápido que pudo hasta lo que se supone era la puerta de salida, pero esta se cerró de golpe.
Tres días más tarde, sus compañeros y empleados del trabajo, extrañados por su ausencia, -ya que jamás Margarita dejaba de ir al negocio, decidieron que uno de ello fuera a buscarla.
Encontraron el telegrama y se decidió que Marcelo, un empleado fiel al negocio, y amigo de Margarita fuera al manicomio a buscarla.
Se encontró con la escena más trágica que pudo haber imaginado jamás: Margarita estaba colgada de un ventilador de techo, muy viejo, dentro del salón principal del centro para psiquiátricos.
Quedó paralizado y le llamó la atención el líquido viscoso que goteaba del cuerpo. Cuando juntó coraje suficiente para acercarse a ver qué era el líquido tan curioso que caía, se percató que no estaba colgada de una cuerda, sino de sus propios intestinos. ¡Le habían arrancado los intestinos!
De repente escuchó una risa diabólica, que cada vez parecía acercarse más y más. Presentía que la muerte se le acercaba a él también, empezó a transpirar y a sentir que se le congelaban los huesos del terror que sentía.
En minutos estaba colgado junto a Margarita con una cuerda que de a poco lo iba ahogando, hasta que se acordó que llevaba encima una navaja que le había regalado su papá. Cortó la cuerda con las pocas fuerzas que tenía y corrió desesperado a la puerta.
La salida estaba bloqueada por un montón de sillones viejos, y sillas de madera. Marcelo, el empleado que quiso rescatar a su jefa y compañera estaba atrapado…
Empezó a quitar los sillones y sillas y todo lo que encontró delante de la puerta principal del manicomio, lo más rápido que pudo. Estaba fuera de sí del terror que sentía.
Pudo sentir una presencia que se acercaba, y cuando la vio, no daba crédito a lo que veía: era Margarita con una cuerda en la mano, y con sus intestinos en la otra, su cara deformada.
-“¡Ayúdame!”- gritaba Margarita.
Mientras miraba estupefacto como ella se iba acercando, intentó meterse por un pequeño agujero que había en la pared, y que pudo ver recién cuando la mayor parte de las sillas fueron quitadas por sus temblorosas manos. Trató de escaparse, pero Margarita le tiró de la pierna, le quitó un zapato, y él quedó atorado. Ella hacía fuerza por entrarlo, tanta fuerza hizo, que logró arrancársela y él sintió como miles de bichos entraban a su cuerpo. No pudo escaparse. Todos los males que entraron en su cuerpo se encargaron en segundos de carcomer su organismo, y dejar solamente la piel.
- Comparte este articulo:
- Twittear