Cuando todos se marcharon, en aquella soledad de la funeraria José Gregorio Hernández en Los Teques, nos tocó velar el cuerpo de alguien muy querido, quien era una persona de porte llanero, que siempre usaba botas y sombrero. Su hermana quien venía desde Calabozo, se acercó a presentar sus respetos, al momento lloró desconsolada y cuando se calmó se sintió preocupada y pidió muy mística que por favor le quitaran los botones del hermoso liquilique color crema. Sorprendidos los deudos preguntaron el por qué, señalando que en Venezuela si a una persona se le entierran con botones en sus vestiduras, el difunto vendría a llevarse a sus familiares por la cantidad correspondiente de los mismos uno a uno.


Así que muy de madrugada abrieron el féretro donde dormía apacible nuestro amigo, padre, hermano y vecino de sus deudos y procedieron con mística a retirar todos los botones obsequiando a los presentes que habían velado esa noche su cuerpo, como recuerdo que debía guardar en un lugar de respeto luego de velarlos en los novenarios. De esa manera se eleva sin llevarse a nadie, pues de lo contrario lo único que evita el nefasto desenlace es buscarlos en el ataúd.


Al llegar al Cementerio Monumental estaba minado de libélulas, entregamos su cuerpo a la Tierra para que Dios elevara su alma. Al regresar a casa, el velón que colocamos en día de su descenso, tomó una extraña forma, para nosotras, la de una hermosa libélula que significa transformación y buena suerte en su camino. Que Dios reciba su alma.
Lala y Beatriz Ferreira Goncalves